Buzón Ciudadano

Halloween: del ancestral miedo a la muerte a la evocación de nuestros difuntos

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SamhainLa celebración de Halloween, también conocida como ‘Noche de brujas’, tiene su origen en una festividad céltica, para la que hay que remontarse históricamente a la primera Edad de Hierro (entre los años 1200 y 400 a.C.), conocida como «Samhain», que deriva del irlandés antiguo y significa «fin del verano», en la que se celebraba el final de la temporada de cosechas y era considerada como el «Año nuevo celta», que comenzaba con la estación oscura.

Los antiguos celtas creían que la línea que une a este mundo con el Otro Mundo se estrechaba con la llegada del «Samhain», y suponían que los espíritus podían salir de los cementerios y apoderarse de los cuerpos de los vivos para resucitar, pedirles alimentos y maldecirles. Por ello, les hacían víctimas de conjuros si no accedían a sus peticiones, con la frase “me das algo o te hago una travesura”, más conocida en la actualidad como “Truco o Trato”, así como utilizaban trajes, máscaras y decoraban las casas con huesos y calaveras, de forma que los muertos pasaran de largo asustados.

Unas tradiciones que se ampliaron, cuando los romanos conquistaron gran parte de los territorios celtas, introduciendo sus festivales a la diosa romana de la cosecha, Pomona. Aunque, posteriormente, los cristianos calificaron las celebraciones celtas como una práctica herética, contraria a los dogmas de la Iglesia, destruyendo bajo este pretexto gran cantidad de la cultura, monumentos y tradiciones celtas. De esta manera, los pueblos libres paganos eran convertidos al cristianismo, demonizando sus creencias y adaptando sus festivales.

Edicto de MilánNo obstante, en el siglo IV, a partir de la promulgación del «Edicto de Milán» (313 d.C.), conocido también como «La tolerancia del cristianismo», la Iglesia estableció la libertad de religión en el Imperio romano, así como consagró un día a festejar a «Todos los Mártires». Y, tres siglos más tarde, el Papa Bonifacio IV (615 d.C.) transformó un templo greco-romano dedicado a todos los dioses (panteón) en un templo cristiano, dedicándolo a todos aquellos que los habían precedido en la Fe. Esta festividad se celebraba, inicialmente, el 13 de mayo, pero fue el Papa Gregorio III (741 d.C.) quien la cambió de fecha al 1 de noviembre, que era el día de la «Dedicación» de la Capilla de Todos los Santos en la Basílica de San Pedro en Roma. Aunque fue el Papa Gregorio IV quien, en el año 840, la universalizó y ordenó como fiesta mayor, teniendo su celebración vespertina en la «Vigilia» para preparar la fiesta (31 de octubre) que, dentro de la cultura inglesa, se tradujo al inglés como «All Hallow’s Eve» (en castellano «Vigilia de Todos los Santos») que, con el tiempo, derivó en el término «Halloween».

En España, debido a su origen celta y su cercanía con el Reino Unido, hay un número considerable de tradiciones relacionadas con espíritus, siendo probablemente las más famosas las meigas y la Santa Compaña de Galicia, sin olvidar que, en la Asturias del siglo XVIII, los niños llevaban lámparas y pedían comida a las puertas de las casas durante esa noche. Y también en el interior de la península Ibérica, como en las actuales provincia de Soria o Comunidad de Madrid, se tienen registros de numerosos municipios en los que se celebraban procesiones («Ritual de las Ánimas») y decoraban las casas con calabazas, a las que hacían agujeros en su interior para simular una cara con ojos, nariz y boca y se introducía una vela o luz en su interior, con el objetivo de invocar espíritus protectores y asustar a la gente, generando una atmósfera de terror.

Radiquero (Huesca)Pero no podemos olvidar las tradiciones reivindicadas de varias poblaciones aragonesas como Radiquero (Huesca) o Trasmoz (Zaragoza), cuyas calabazas esculpidas con caras siniestras e iluminadas con velas, forman parte de su cultura desde tiempo inmemorial. Eso sí, como tradición típica que es, existe una diferencia con los países anglosajones que responde a la denominación de origen de las calabazas, siendo las de color verde y morfología alargada, que servían para guiar a las almas en su camino hacia la muerte, recreando un pasillo a los dos lados del camino al cementerio con las calabazas iluminadas, dado que la leyenda dice que, si una de las almas se queda esa noche sin luz, puede perseguirles de por vida. De hecho, existe una historia popular que cuenta cómo, en una de esas procesiones, una mujer sintió que alguien le seguía y, dándose la vuelta, descubrió que era su difunto marido, echándole éste en cara a su viuda el que no le hubiera puesto una vela, condenándole a vagar por la oscuridad de las tinieblas.

Y fue en 1840 cuando esta festividad cruzó el océano Atlántico, llegando a Estados Unidos y Canadá, donde ha quedado fuertemente arraigada, debido a la inmigración irlandesa que escapaba de la histórica «Gran Hambruna» del país, transmitiendo versiones de la tradición, como la costumbre de tallar los «jack-o’-lantern» (calabaza gigante hueca con una vela dentro), inspirada en la leyenda de «Jack el Tacaño». Sin embargo, la fiesta no comenzó a celebrarse masivamente hasta 1921, y fue adquiriendo una progresiva popularidad en las siguientes décadas, internacionalizándose a finales de los años 70 y principios de los 80, gracias al cine y a las series de televisión, que han convertido un homenaje a los difuntos en un espectacular negocio que, año tras año, pierde su verdadero significado.

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