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ESCUCHA LA PUBLICACIÓNEl Parque Bruil es uno de los parques de mayor extensión de la ciudad, con más de 33.000 metros cuadrados, y de los más céntricos, pues está ubicado en pleno Casco Histórico, en torno a la zona del río Huerva. Debe su nombre a
Juan Faustino Bruil y Olliarburu, destacado banquero y político zaragozano que llegó a ser Ministro de Hacienda en 1854, que fue propietario de estos terrenos que,
según indicaba la Guía de Zaragoza del año 1860,
«respiraba riqueza, frondosidad y poesía. Las elegantes habitaciones del edificio principal, su entrada, la caprichosa variedad de flores, el inmenso invernadero en el que pueden colocarse miles de plantas, macetas y arbustos, las espesas alamedas, los laberintos formados con sus árboles, una bellísima montaña rusa, embellecen el raro valor de los jardines».
Sin duda, es
uno de los espacios más disfrutables de la ciudad, gracias a la gran superficie de césped que alberga, con 28.870 metros cuadrados, así como árboles de gran altura, varias pistas deportivas y de petanca y las zonas de juegos infantiles, que tuvo unos comienzos un tanto complicados.
La titularidad de la finca fue variando con los años, siendo adquirida, en 1868, por Francisco de Cavia Fernández y, 10 años después, por Sebastián Monserrat, que heredó su hijo, José María Monserrat Pano, para, finalmente, ser expropiada a éste por el Ayuntamiento de Zaragoza, presidido por el entonces alcalde
Luis Gómez Laguna, indemnizándole por desposeerle de su propiedad, ya que debía iniciarse
la construcción de este parque que comenzó a idearse en 1953.
12 años más tarde, el 18 de julio de 1965, fue inaugurado con el reconocimiento a Juan Bruil, su diseñador y creador inicial, conservando toda su riqueza botánica y realizando un guiño a sus usos anteriores al crear
un pequeño zoológico en malas condiciones, junto a la zona más inmediata a la calle Mariano Alvira Lasierra, donde había diversas especies animales para la observación de los zaragozanos, que fue desmantelado en 1984.
Entre estos animales,
podíamos encontrar tres monos (Rafael, Chita y Judy),
pavos reales,
un tigre (que estuvo poco tiempo)
y, de mayor recuerdo para los zaragozanos,
una pareja de osos, llamados Juan y Nicolasa, la cual tenía un ojo destrozado por los frecuentes perdigonazos a los que todos ellos eran sometidos por los gamberros de la época y que, tristemente, perdió un bebé. Sus condiciones eran lamentables, en jaulas diminutas, donde casi no podían ni darse la vuelta, con olores nauseabundos y mal alimentados, ya que los ciudadanos acudían con todo tipo de productos que no siempre eran digeribles y, dada su apetencia, éstos los aceptaban.
En los años 60,
los políticos de la ciudad tenían entre ceja y ceja la creación de un verdadero zoológico, tal y como confesó el entonces concejal de Parques y Jardines, Ángel García Muniesa,
en una entrevista de 1969, quien garantizaba y aseguraba que se instalaría en los Pinares de Venecia para el año 1972, siendo un zoo
«original, con animales en plena libertad y en estado seminatural, sin jaulas», añadiendo que se construirían
«fosos para tigres y leones», esperando que la ambientación fuera totalmente real. ¿El problema? Como todo en la vida, el dinero, pues la idea era construir sobre 60.000 metros cuadrados que, con la construcción y las instalaciones, pasaría
«largamente los doce millones de pesetas».
Hoy,
medio siglo después de su inauguración, el Parque Bruil es un espacio verde con una identidad diferente a sus inicios, debido a la reforma (1984) que llevó a cabo el primer gobierno local democrático, siendo alcalde el arriacense
Ramón Sainz de Varanda, con modificaciones estructurales tanto en la vegetación como en el mobiliario urbano que, si bien le hizo perder gran parte de su valor y atractivo remoto, sigue resultando igualmente atractivo y saludable para los zaragozanos… y sin zoológico.
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