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ESCUCHA LA PUBLICACIÓNEn el año 1297 se escribió, por vez primera, el relato de la presencia física de María de Nazaret a orillas del río Ebro, animando a un Santiago apenado por la poca repercusión que había tenido su predicación en Zaragoza y alentando a los primeros cristianos para fundar una iglesia allí mismo, en el patio porticado de alguna casa a orillas del río, donde pasaban más desapercibidos al poder romano, tal y como refleja el códice
«Moralia, sive Expositio in Job«, hoy en el archivo del Pilar, que deja escrita la tradición oral de la Venida de la Virgen.
En ese momento, ya era historia el pequeño templo que había sido reedificado en tiempos de
san Braulio en el siglo VII, y cuyo ruinoso estado provocó que el papa
Gelasio II y el obispo
Pedro de Librana pidieran limosnas para repararla, dada la gran importancia que tenía por
«su antigua nombradía de santidad y dignidad».
Desde entonces, reyes y papas acometieron la construcción de un nuevo templo románico que acogiera al edículo rectangular romano, junto a la antigua capilla, que custodiaba la Sagrada Columna que recuerda la Venida de la Virgen en Zaragoza, potenciando una continua llegada de peregrinos, que venían a conocer el altar de Santa María del Pilar y los abundantes hechos milagrosos de una Columna que se besaría desde muy temprano, siendo ya una tradición en el año 1412.
Y, aunque fue en 1640 cuando alcanzó su universalidad con
el milagro de Calanda, que le valió el título de Patrona de la ciudad, en el que el joven Pellicer vio repuesta la pierna que le había cortado el médico, fue en el año 1631 cuando las Fiestas del Pilar comenzaron a celebrarse el 12 de octubre, coincidiendo con el Descubrimiento de América. Era la época de la Zaragoza medieval, de una ciudad que se extendía sólo hasta la Puerta del Carmen, en la que los zaragozanos honraban a la Virgen en agosto, pero en la que ya existía la tradición de la comparsa de Gigantes y Cabezudos, aunque los personajes han ido evolucionando con el paso del tiempo e, incluso, ampliándose, como el cabezudo
“La Cigarrera”, en homenaje a Herminia Martínez Linés.
Pocos cambios hubo hasta 1889, cuando se fundó la
Cofradía del Santísimo Rosario de Nuestra Señora del Pilar, cuyos integrantes pensaron en plasmar en carrozas y faroles de cristal policromado todas las escenas de los Misterios, cuyo diseño de los dibujos fue encomendado a
Ricardo Magdalena, para formar una procesión única, donde se conjugaran el arte y la devoción, a través de quince Misterios y más de 200 faroles de mano, construidos por maestros artesanos como
Don León Quintana, que vieron la luz en el año de 1890, pasando a llamarse el
Rosario de Cristal por sus bellas vidrieras policromadas.
Y, saltando hasta finales de la primera mitad del siglo XX, en 1948, tras concedérsele rango de basílica menor a El Pilar por
Pío XII, comenzaron las peticiones al Ayuntamiento de Zaragoza para pedir la creación de una gran
ofrenda floral el 12 de octubre de cada año, provocando que, a partir de 1953, comenzara a hacerse una peregrinación en la que las personas depositaban flores en la hornacina de la fachada de El Pilar, obra de Pablo Serrano, siendo su principal impulsor el concejal zaragozano
Manuel Rodeles Giménez.
Pero tuvieron que pasar 10 años, hasta 1958, cuando esta fiesta adquiriera el verdadero sentido gracias al alcalde
Luis Gómez Laguna, quien permitió que las ofrendas desfilasen por la calle Alfonso y el paseo de la Independencia, considerándose una tradición en 1960 y ocupando las portadas de los extraordinarios de la prensa sólo cuatro años después, llegando a ser, hoy en día, un acto multitudinario en el que participan más de 300.000 oferentes (620 grupos y miles de personas que participan por libre) para entregar sus flores (y más de 2.500 kilos de comida al día siguiente en la
Ofrenda de Frutos) a la imagen de la Virgen del Pilar, de 3 metros de altura, que descansa en una estructura de 40 toneladas, con unas dimensiones de 55 metros de profundidad, 18 de anchura y más de 15 metros de alto, preparada para soportar el cierzo.
No obstante, el dato más importante de todos está en que, 1.975 años después de la Venida de la Virgen, la pasión sigue viva y las campanas vuelven a sonar recordando el origen de la devoción zaragozana, manifestada en ese Pilar que, según el Nobel
Jacinto Benavente,
«es el símbolo de todos los ideales que son alma de un pueblo».
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